3 Octubre 2012
Después de cinco años de coincidir en los pasillos de la facultad, encuentro a Juan Camilo en la exposición de fotos del Che. No es casualidad que esté ahí: ha trabajado los últimos cinco meses junto a Roberto Chile en el montaje y preparación de la muestra. Se animó “para conmemorar el aniversario de la caída del Guerrillero; y además, por que un grupo de jóvenes pudieran mostrar su obra, y en compañía de grandes fotógrafos de este país”.
“Es cierto que por momentos se ha abusado de la imagen del Che. Pero considero que el amplísimo alcance que tiene como símbolo, tiene su aspecto positivo: es muestra también de que está presente; que, de una manera u otra, la gente lo piensa”.
Roberto Chile explica que le rinden tributo desde lo que hacen: arte, en este caso, el fotográfico. “Eternamente Che sontres generaciones de fotógrafos: primero,los que tuvieron el privilegio histórico de fotografiarlo en vida, en plena construcción revolucionaria. Después, un grupo menos viejos que aquellos y más que los que nos siguen, dando continuidad un poco a la línea que comenzó José Alberto Figueroa, registrando la imagen del Che en paredes, objetos, manifestaciones, en la vida cotidiana”. Entonces, para seguir, está la participación de jóvenes de veintitantos años que exponen, algunos, porvez primera.Roberto advierte como “una de las cosas más lindas de esta exposición”, que entre algunas fotografías distan más de 50 años.
Liborio Noval, Salas, Korda, tenían ese mundo de personajes y acontecimientos que registrar. ¿Qué personajes, qué sucesos estimulan a los jóvenes fotógrafos de hoy? Chile me dice que deben identificar sus iconos, lo que mueve la espiritualidad de la gente en este tiempo. “Tienen que encontrarel lado más humano y más tierno de la revolución; trascender el panfleto inútil, y que la revolución nazca cada día. ¿Cuál es ese lado? Son ellos los únicos que lo pueden decir”. Juan Camilo fotografía “el día a día, la cotidianidad, la faena diaria de los cubanos”.¿La épica de los 2000? No lo sabremos hoy.
Una imagen vista por tres generaciones. Diferentes, por supuesto. Necesariamente diferentes. Se trata de un Che eterno, como el título sugiere; pero no único, no el mismo. El imaginario de cada época lo hace en sus marcos, lo construye dentro de sus esquemas, representaciones, horizontes.
Detrás de las cámaras, primero, los que convivieron con el hombre, cuando no era lema, ni estampa, ni icono; cuando era líder carismático, rebelde atractivo, personaje inquietante. Después, los que crecieron oyendo sobre él de cerca, reciente, fresco en la memoria, cosa de hace unos días. Hace unos días, que de pronto hace unos años. Luego, mis contemporáneos y algunos algo mayores. Nosotros, los del fin de siglo y hasta de milenio, a quienes la imagen llega como eco del eco (del eco); cuando la palabra Che ostenta mayúsculas ya enormes, inconmensurables; en tiempos en que cuesta, con tanto ruido en medio, con tanto metal fundido, tanto mármol, con tanta distancia y polvo y amarillo en papeles, llegar hasta el hombre y aun la bandera. Cuando cuesta, pero se logra a veces. Se advierte una presencia, se toca, se intuye.
Inevitablemente un eco, cierto. Pero qué eco como una voz.
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