sábado, 25 de diciembre de 2010

AQUELLA NOCHE BUENA FRUSTRADA QUE VIVIÓ MARTÍ

José Marti
José Marti

Por Víctor Joaquín Ortega
Nueva York. Diciembre 24 de 1887. José Martí piensa pasar la Nochebuena en casa de un matrimonio amigo: Miguel Fernández Céspedes y Ángela del Castillo Agramonte. La sala acoge la conversación. Van hacia la mesa cuando varios toques en la puerta, que demuestran impaciencia, frenan el andar…
Varios cubanos imploran ayuda monetaria para un coterráneo afectado por la pulmonía. Fernández los conoce y sabe dónde se alojan.
“Miren, tal vez el apoyo sirva para el funeral… ¡Pobre Antonio…!”
Aunque en los bolsillos de los interpelados no sobra el dinero, algo les dan a quienes han pedido. No pasa mucho tiempo de la partida de los visitantes, la inquietud aumenta por minutos en el invitado que toma su decisión precedida de una disculpa:
“Miguel, siento mucho no participar en la cena y de la agradable compañía de ustedes, pero el deber me obliga a ir a donde está ese infeliz para ayudarle; quizás le haga falta en sus últimos instantes”.El anfitrión lo acompaña. Antes avisan al médico Ramón L. Miranda: tal vez el enfermo carece de asistencia.
Ya están en la casa de la tragedia. El silencio está siendo derrotado allí: cueros, laúdes, rumbantela y décimas improvisadas. Al entrar, ¡fiesta en su apogeo con el grupo que hizo la petición en la primera fila! Baile, canto, taburetes convertidos en tambores; sobre la mesa, recipientes con frijoles negros, arroz, lechón asado, ensalada, postre, vino, ron…
Estalla Fernández:” ¡Cómo es esto! Venimos a socorrer a un moribundo y encontramos este jolgorio. Pudieran habernos dicho que querían celebrar la Nochebuena y no alarmarnos con este engaño. Mañana, un verdadero necesitado pide y se le negará…” Ninguno de los criticados responde: las cabezas bajas, las manos sin saber dónde meterlas.
De despedida, un portazo. Miguel comenta: “¡Qué bajeza!”  Otras frases suyas siguen por caminos de enfado. Martí coloca la mano sobre el hombro del amigo y una sonrisa le gana el rostro antes de decirle: “No se queje, Miguel. Bien vale el dinero que ha dado a estos desdichados, la lección que hemos recibido, ¡Qué lección! Hay que levantar a estos hermanos para hacer de ellos hombres dignos que sientan la necesidad de ayudarnos a libertar a la patria!”

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