sábado, 16 de octubre de 2010

GOBIERNO DE TRAIDORES CONSUMADOS

Nuestro ánimo se inclina
a dar todo…
a que confiemos
a entregar el corazón
a quienes no conocemos
y es solo por una razón:
… de los que recién vemos
… aún falta ver su traición
Alsacia Princesa de Minsk
( Rusia blanca)


Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse








Un señor feudal terrateniente, que no era miembro de la nobleza, le pidió a un tenebroso asesor suyo, algunos consejos para llegar a ser Rey y para convertir a su amada esposa, en Reina.
- “Respetuosamente lo digo señor … usted no puede … Es bastardo”. Lo único que se puede hacer es que usted haga algunos pactos con un peligroso canalla que tengo visto, quien conoce todos los vericuetos de la monarquía … ". “El lo puede convertir a usted en rey y a su esposa en reina”.
- “¿ Y qué me va a pedir a cambio ?”, preguntó el señor feudal.
- “No lo sé y en verdad, señor, no importa lo que pida …” “Usted debe aceptar todo pero prometer dárselo recién cuando sea coronado Rey y su esposa Reina”.
Y agregó :
- “Y cuando usted sea Rey no le será muy difícil, traicionar a ese canalla”.
- “Envíale mi carruaje esta noche y tráelo al castillo”. “Voy a pactar con él hoy mismo”, dijo el señor.
El libro de “cabecera” de este tipo de personajes, a uno de los cuales conocemos bien por estos días, se titula “Elogio de la traición”.
Sus autores son Yves Roucaute y Denis Jeambar, quienes en algún momento llegan a sostener que en todo dirigente político, la traición es imprescindible y debe ser tomada, en realidad, como el más puro acto de pragmatismo.
En general, el traidor, desea rápidamente enmascarar su acto vil y elige para su cometido a algún canalla que, teniendo códigos ó no, pueda ser inmediatamente descalificado y acusado de canalla.
Pacta con él, sin ignorar su condición de canalla.
Y sabe perfectamente bien que, en ese acto, su propia calidad humana desciende al averno convirtiéndose en un canalla mucho peor que el otro.
Por cuanto, acaso el traicionado no tenía pensado traicionar al otro, lo que sugiere que no debería quitarse el foco de este punto para hacer el análisis, en orden a juzgar conductas de una misma cepa.
El traidor, salta sobre su presa con rostro sorprendido y lanza su “reproche moral” sobre la víctima, mostrándole a la gente los tugurios, los garitos y las cuevas que el tipo frecuenta, sin decir que, en cada uno de ellos, estuvo reunido con él alborozado y que, de esas mismas aguas, abrevó tranquilamente.
Sin decir que compartió la comida, el vino y las anécdotas de familia.
Las historias de traición, son también historias de venganza y de sangre, con independencia de que cualquiera de los protagonistas pueda ser quizás un loco ó un violento.
Se desatan entonces, en cascada y producen sin excepción, un efecto de “contraejemplo” en la visión colectiva, porque tal como la perversidad, las plagas, la envidia y la corrupción, inducen a la repugnancia social, como toda miseria humana conocida.
Invariablemente, el traidor, trata de huir de la culpa por las dos vías comunes, que son la demonización del “apuñalado por la espalda” y el anuncio estrepitoso de objetivos honorables que lo han inspirado para proceder de tal modo.
El diccionario define la palabra “traición” así:
“Delito que se comete quebrantando la fidelidad que se debe guardar o delito que se comete contra la patria por los ciudadanos”.
Al filosofar sobre el significado de este vocablo, nos damos cuenta de que es algo peor que privar de la vida a un ser humano, porque el traidor no sólo hiere mortalmente los intereses de una persona, sino los de un conglomerado.
Existen varias clases de traición, por ejemplo la traición en el amor, la traición de los cónyuges, la traición de los amigos, la traición de los hijos, la traición en los negocios; pero la que consideramos más ponzoñosa es la traición política, porque con ésta se intenta acceder al poder, invocando nobles causas, todas las cuales nacerán a la sombra de tales vicios.
Por eso, la traición política, es sin duda la puñalada alevosa que los desleales le dan a un pacto de poder, a un contrato privado de control, a una lucha programada como honesta, a los objetivos, a los ideales.
Con ella, todos los principios quedan asesinados.
La levadura humana de que están confeccionados los traidores es la más putrefacta que puede existir.
En conclusión, la traición, en todas sus dimensiones, debería estar tipificada en la ley como un crimen liso y llano.
Vemos perplejos, en nuestro propio Gobierno, la ruindad y la bajeza de la política criolla dominada por el oportunismo y la claudicación, fomentada y festejada por una prensa irresponsable.
Podemos ver allí, a las prácticas de la traición como doctrina.
Se considera lícito y expresión de gran habilidad desertar del movimiento que lo encumbró a uno.
Estamos ante “nuevos tipos” de traición.
La clásica, según la historia, es la de Judas Iscariote.
El transfuguismo y la traición forman parte del descenso de los niveles éticos y estéticos en la política.
Se lo hace casi sin aflicción, sin remordimiento, sin reproches de conciencia. Es parte del oportunismo político que campea con desfachatez en la vida pública.
El desertor siempre ha sido un caso aislado. Se cambiaba la chaqueta y pasaba a la trinchera contraria.
¿Eso es lo que se va a enseñar a la juventud?
Por eso es que tenemos una gravísima bancarrota de la casta política, de la que no nos van a salvar miles de nuevas elecciones.
La Argentina exige una palingenesia, una resurrección moral.
Estos infames que nos gobiernan hoy, no pueden seguir dando, impunemente, esa cátedra a la juventud.
No pueden ser maestros de la ruina moral desde el pináculo del poder.

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