lunes, 16 de julio de 2012

CAMPEONES OLIMPICOS Y DESDICHADOS

16 Julio 2012
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La vida de muchos campeones olímpicos no ha sido tan feliz como podría presumirse de alguien que alcanzó la cúspide del nivel deportivo, y en algunos casos la mala suerte o la tragedia se han cebado con los deportistas.
Jesse Owens, ganador de cuatro oros ante los ojos de Hitler en Berlín-1936, pasó por momentos difíciles después de alcanzar la gloria, teniendo que correr contra caballos o trabajar en una gasolinera para poder llegar a fin de mes.
Antes de que falleciese de cáncer de hígado en 1980 a los 66 años, Owens, nieto de esclavos, negó haber tenido una vida amarga. “Cuando regresé de Berlín, no podía vivir como quisiera”, dijo Owens, refiriéndose a la contradicción de haber dominado en unos Juegos ideados para realzar a la raza aria y el tratamiento que recibían los negros en su propio país, Estados Unidos. “No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco me invitaron a la Casa Blanca para estrechar la mano del presidente”, criticó.
Los Juegos de 1936 fueron los últimos antes de la Segunda Guerra Mundial. En esa contienda morirían alrededor de 20 miembros del equipo polaco, así como 25 medallistas alemanes, incluido Lutz Long, el atleta que, pese a la oposición del régimen nazi, ayudó a forjar la leyenda de Owens al aconsejarle cómo saltar para evitar su eliminación antes de la final del salto de longitud.
Long, que logró la plata en esa prueba ganada por Owens, murió durante la invasión aliada de Sicilia en 1943. “Puede fundir todas las medallas y copas que gané, pero no valdrían tanto como la amistad de 24 quilates que tuve con Lutz Long”, dijo Owens.
El neozelandés Jack Lovelock, que ganó los 1.500 metros en Berlín, sobrevivió a la guerra y emigró después a Estados Unidos, donde trabajó como médico. Sin embargo, una caída de caballo fue el presagio de una muerte que le llegó ocho días antes de cumplir los 40 años. El 28 de diciembre de 1949, se sintió indispuesto cuando esperaba un metro en Nueva York y se desmayó, cayendo a la vía cuando pasaba el tren.
La velocista polaco-americana Stella Walsh también tuvo un fatídico destino tras ser subcampeona olímpica en los 100 metros lisos en Berlín. Durante muchos años, Walsh tuvo que enfrentarse a los rumores que decían que era demasiado rápida para ser una mujer. En 1980, con 69 años, murió en un tiroteo durante el fallido asalto a un banco en Cleveland. La autopsia posterior reveló que Walsh tenía genitales masculinos, así como cromosomas masculinos y femeninos.
El escocés Eric Liddell, medalla de oro en los 400 metros en París-1924 y cuya historia inspiró la película oscarizada ‘Carros de fuego’, fue otro de esos campeones olímpicos que no llegó a la vejez. Murió a los 43 años, en 1945, en un campo de concentración japonés en China, donde vivía como misionero. Su tumba permaneció sin lápida hasta que en 1991 la Universidad de Edimburgo levantó una piedra con la inscripción: “Levantarán las alas como águilas; correrán y no se cansarán”.
Otros medallistas olímpicos murieron en extrañas circunstancias. El luchador iraní Gholam Reza Takhti ganó el primer oro olímpico para su país en Melbourne-1956, pero sus ideas antigubernamentales no eran bien vistas por el sha Reza Pahlavi. Takhti murió en enero de 1968, a los 38 años. Su muerte fue oficialmente un suicidio, pero muchos sospechan que la policía secreta iraní, la SAVAK, fue responsable de su fallecimiento.
El boxeador kazajo Bekzater Sattarkhanov murió en accidente de coche en la Nochevieja de 2000, pocos meses después de ganar el oro en peso pluma en Sídney. Su padre, Seilkhan, aseguró que su hijo había sido asesinado por rechazar compartir el premio económico que acompañaba el oro, unos 100.000 dólares. “Está prohibido hablar abiertamente de su muerte”, denunció Seilkhan.
(Con información de AFP)

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