¿Encuesticidio?
Por: César Campos R.
Llega a dar risa la enorme solemnidad con la que los gerentes, los infaltables ayayeros periodísticos y el candidato favorito de algunas empresas encuestadoras, han dramatizado el cambio de reglamento del Jurado Nacional de Elecciones mediante el cual se extrema el rigor a las mismas para desarrollar su trabajo de campo. Una medida que sin duda llegará a ser flexibilizada pero que ha tenido el acierto de poner en picota las viejas manipulaciones de la opinión pública disfrazadas de sondeos.
Hugo Sivina y el conjunto de los miembros del JNE no son idiotas. Menos aún albergan antecedentes o vocación totalitaria (¿por qué los políticamente correctos no la emprenden ahora contra la doctora Gretta Minaya?), y en ningún caso son ignorantes de la Constitución o la ley. En verdad es posible imaginarlos pecar por exceso (se comieron solos las complicaciones introducidas a la redacción de las actas durante las últimas elecciones regionales-municipales, sugeridas y avaladas por otros) pero nunca por mala fe o menos debido a “presiones” políticas.
Como bien han dicho ayer Luis Castañeda, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuzcynski, ciertas encuestadoras han devenido en una industria perversa e impune que utiliza el nombre de la ciudadanía para “revelar” inclinaciones electorales jamás acertadas, distinguir o desaparecer candidatos, jugar con las cifras a su regalado gusto hasta la víspera de los comicios. La siempre recurrida libertad de expresión les sirve como escudo para perpetrar sus arbitrariedades.
Pero una cosa es el derecho a decir lo que a uno le venga en gana y otra muy distinta hablar en nombre de los electores sin que se compruebe fehacientemente el verdadero origen de esa voz. Mañana no puedo usar esta columna encarnando sentimientos populares porque soy único responsable de lo que aquí se dice. Menos todavía arrogarme representaciones que nadie me ha delegado como ocurre cuando, de una manera indeterminada, se consulta opiniones y luego el opinante de carne y hueso desconoce qué curso le han dado a la suya.
Por algo madame Rolland dijo razonablemente y camino a la guillotina: “Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”. Y las encuestas conchudas, las que yerran por quince o diez puntos una semana antes de los comicios o – por ser ingenuos y condescendientes – se niegan a cambiar su equivocada metodología de medición del humor ciudadano, cometen un crimen más que meramente simbólico contra la democracia.
El lunes, Castañeda dio cifras irrefutables sobre las históricas equivocaciones de Ipsos Apoyo, siete días antes de las elecciones. En el 2001, le dio 20 % de intención de voto a Lourdes Flores y 17 % a Alan García, con lo que la pepecista pasaba junto a Alejandro Toledo a la segunda vuelta. No fue así porque García obtuvo 26 % y Flores 24 %. En las generales del 2006, volvió a errar con los mismos personajes: le dio a Flores 26 % y a García 23 %, pero fue éste último quien volvió a pasar a la segunda vuelta con Ollanta Humala.
Y así por el estilo. El “encuesticidio” del JNE no es tal. Algunas encuestadoras se quitaron la vida – y la credibilidad – hace mucho tiempo. La discusión es cómo se le cortan las alas manipuladoras.
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