viernes, 18 de febrero de 2011

EL FIN DE LAS EMBAJADAS

César Hildebrandt
Es grave lo que la emba­ja­dora de los Esta­dos Uni­dos en Lima le dijo el miér­co­les pasado a Ollanta Humala. Y lo es por­que, entre otras cosas, prueba la depen­den­cia que algu­nos polí­ti­cos tie­nen res­pecto del poder nor­te­ame­ri­cano. No es que admi­ren a Faulkner o a Roo­se­velt: se incli­nan ante Wall Street. No aman lo mejor de los Esta­dos Uni­dos, que son sus disi­den­tes, sus cien­tí­fi­cos, sus plás­ti­cos, sus cineas­tas, sus escritores o sus astró­no­mos: lo que los sub­yuga es el impe­rio, la bota en el desierto, las llu­vias de ruina de sus avio­nes invencibles.
La cosa fue así: Wiki­leaks ha reve­lado que, entre octu­bre y noviem­bre del 2005, un alto fun­cio­na­rio del minis­te­rio del Inte­rior del gobierno de Ale­jan­dro Toledo se acercó a la emba­jada de los Esta­dos Uni­dos en el Perú y pidió –no se sabe si al emba­ja­dor o al inter­lo­cu­tor que aquel habría desig­nado – que Esta­dos Uni­dos con­tri­bu­yese a impe­dir que Ollanta Humala lle­gase a la Pre ­si­den­cia de la República.
Esa con­tri­bu­ción con­sis­tía en par­ti­ci­par, con todo el peso geo­po­lí­tico y diplo­má­tico que fuera nece­sa­rio, en la crea­ción de un clima inter­na­cio­nal hos­til a Humala. Se tra­taba, en suma, de crear y/o rebo­tar noti­cias, de ampli­fi­car rumo­res y de mag­ni­fi­car cual­quier indi­cio que per­mi­tiese hacerle creer a la gente que Hugo Chá­vez estaba en el esce­na­rio, que Humala no era sino su mario­neta y que un triunfo suyo sólo podía equi­va­ler al apoca­lip­sis.
Eso quiere decir, en cris­tiano, que el repre­sen­tante de Toledo que habló en la emba­jada (¿Rómulo Piza­rro no nos tiene nada que con­tar?) no estaba pidiendo otra cosa que la inje­ren­cia de la CIA en la elec­ción pre­si­den­cial del Perú. Por­que sólo la CIA hace las cosas sucias que el emi­sa­rio de Toledo solicitaba.
Emba­ja­dora de EE.UU. — Rose Likins
La sim­pá­tica y mal hablada emba­ja­dora actual de los Esta­dos Uni­dos ha seña­lado que “en nin­gún momento dije que el pre­si­dente Ale­jan­dro Toledo nos había soli­ci­tado algo”. Claro, no miente. No fue Toledo. Fue su enviado: nada menos que “un alto fun­cio­na­rio del minis­te­rio del Inte­rior del Perú” (según consta lite­ral­mente en el cable enviado desde Lima al Depar­ta­mento de Estado).
Recor­de­mos: en octubre-noviembre del 2005 Humala apa­re­cía como alguien que amena­zaba el statu quo y su influen­cia en el inte­rior del país, y en las zonas pobres de Lima, hacía que muchos temie­ran que su cre­ci­miento fuese, en los pró­xi­mos meses, exponencial.
Lour­des Flo­res, la derro­tada cró­nica, se le enfren­taba. Estaba pri­mera, pero dete­nida en un 25% de inten­ción de vota. Y Alan Gar­cía, que toda­vía tenía la carca de los podri­dos 80, había sido alcan­zado en pun­taje por el cre­ciente Humala (13% para ambos en noviem­bre del 2005, según la siem­pre con­ser­va­dora Uni­ver­si­dad de Lima).
Encues­tas masi­vas hechas por el ser­vi­cio de inte­li­gen­cia de la marina –y no reve­la­das al público– demos­tra­ban que la resis­ten­cia hacia Gar­cía era enorme y que eso sería un lastre fatal durante la evo­lu­ción de la con­tienda. Y seña­la­ban tam­bién que la can­di­da­tura de Lour­des Flo­res podía aspi­rar, en el mejor de los casos, a un 3o% de votos válidos.
Esos temo­res empe­za­ron a cobrar vida muy pronto: en ape­nas un mes, Humala pasó del 13 al 23 por ciento de inten­ción de voto mien­tras a que Lour­des Flo­res ate­rri­zaba en un 28 por ­ciento y Alan Gar­cía, al igual que Pania­gua, des­cen­dían algu­nas décimas.
La situa­ción era, pues, de catás­trofe para aque­llos que pen­sa­ban –y pien­san– que sólo PPK y sus igua­les pue­den gober­nar el país. Entre esos muchos asus­ta­dos esta­ban los inte­gran­tes de la puerca Cofra­día, un lobby de perio­dis­tas reuni­dos para ser­vir a los pode­res fác­ti­cos que los requiriesen.
Entre esas víc­ti­mas del pánico estaba, en pri­mer lugar, El Comer­cio, que enca­bezó, con la fero­ci­dad de sus mejo­res tiem­pos san­ches­ce­rris­tas, la cam­paña con­tra Humala. Y esa quizá sea la razón por la cual El Comer­cio, que sí des­taca la reunión de una emi­sa­ria de Chá­vez con Humala en el 2008, dice ahora que “sólo tiene docu­men­tos de Wiki­leaks con fecha del 2006 para ade­lante”. ¡Qué des­caro! ¡Qué vieja náusea!
Siga­mos recor­dando: fue en aque­lla época en que el doc­tor Toledo, desde la pre­si­den­cia de la repú­blica, pidió al pue­blo “no dar un salto al vacío”, entro­me­tién­dose gro­se­ra­mente en la cam­paña electoral.
Recor­de­mos un poco más: fue por esa época –en plena bata­lla elec­to­ral– que El Comercio y la banda de Glen Miller –asis­tida pro­ba­ble­mente desde la emba­jada de los Esta­dos Uni­dos– tra­jinó la falsa noti­cia de que esta­ban entrando por la fron­tera boliviano-peruana 60,000 fusi­les que esta­rían des­ti­na­dos a “las gue­rri­llas aus­pi­cia­das por el Alba”. Fue el momento en que Ceci­lia Valen­zuela, con­ver­tida en la Rosita Ríos de los pota­jes reac­cio­na­rios, veía cha­vis­tas gue­rri­lle­ros y terro­ris­tas inter­na­cio­na­les hasta en la sopa.
La con­signa era clara: sólo una cam­paña de terror podía hacer que García, en la segunda vuelta, regre­sase a la pre­si­den­cia que había des­hon­rado. De allí a pen­sar que Toledo y Gar­cía fue­ron socios epi­só­di­cos en la obten­ción de infor­ma­ción clave para la cam­paña hay sólo un pasito.
No hay dudas de que el señor Chá­vez que­ría que Humala ganara y que espe­raba que el Perú fuese ser­vi­cial con su pro­yecto de quie­bras, expro­pia­cio­nes y bru­tal arbi­tra­rie­dad. Y no hay dudas de que Humala no hizo, a tiempo, el des­linde que cual­quier con­se­jero lúcido habría tenido que gri­tarle: sepa­rarse de ese mili­tar vene­zo­lano que se creía Bolívar pero que, a veces, actuaba como Juan Vicente Gómez.
Pero eso era un asunto que tenía­mos que enfren­tar los peruanos.
Acu­dir a la emba­jada de los Esta­dos Uni­dos era repe­tir lo que hizo el fas­cismo chi­leno en la época de Allende: soli­ci­tar ase­so­rías para el cri­men, plata para los sabo­ta­jes huelguís­ti­cos, pól­vora para las bom­bas, armas para matar al gene­ral René Sch­nei­der, ase­si­nado, en octu­bre de 1970, siguiendo un plan de la CIA cuyo obje­tivo era impe­dir que la Uni ­dad Popu­lar asu­miera el poder ganado en elec­cio­nes y con­fir­mado en el Congreso.
El señor Toledo debe­ría dar­nos algu­nas expli­ca­cio­nes. Pero sobre todo debe­ría, a solas, arre­pen­tirse. Ser fur­gón de cola ya es penoso. Ponerse el ove­rol del car­bo­nero y/o los almi­do­nes del mayor­domo es dema­siado para un man­da­ta­rio. Hasta para uno tercermundista.
Tomado del Sema­na­rio “Hil­de­brandt en sus trece”, 18 de Febrero de 2011

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