viernes, 13 de agosto de 2010

LA CONQUISTA Y LA CAIDA DEL TAWANTINSUYO

LA CONQUISTA ESPAÑOLA:
EL ROL DE LA SOCIEDAD DEL LEVANTE Y LA CAÍDA DEL SISTEMA INCAICO

Por: Percy Carrión Rea
“P&R -Perú raíces
Centro de investigación social”

“No somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por el nacimiento y europeos por derecho,  nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales el título de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores españoles; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado”.
Simón Bolívar: “Discurso de Angostura


A manera de estigma siempre hemos visto y conceptuado a la conquista española de 1532 como una intrusión salvaje al desarrollo del sistema incaico pese a que este se encontraba en un momento de crisis al llegar las huestes de Pizarro. Por eso se hace necesario subrayar la diferencia entre sistemas sociales y sociedades. Las sociedades son grupos de individuos que viven y trabajan juntos, y cuya existencia cooperativa es posible gracias a las adaptaciones mutuas en la conducta y actitudes de sus miembros. Los sistemas sociales abarcan las pautas e ideales mutuamente ajustadas, de acuerdo con las cuales se han organizado las actividades y la conducta de los miembros de una sociedad. El antropólogo norteamericano Ralph Linton Gillingham en su obra “Estudio del hombre” sostiene que ‘Una sociedad es una organización de individuos; un sistema social es una organización de ideas. Representa un orden determinado de status y funciones que existe aparte de los individuos que ocupan los status y expresan las funciones por medio de su conducta pública’. En el caso de la conquista española fue la sociedad -‘Empresa del Levamte’- conformada por Francisco Pizarro Gonzáles, Diego de Almagro y Hernando de Luque la que origino la caída del sistema socioeconómico del Tawantinsuyo.
Como elemento de polémica, la historia de la conquista del Perú representa un filón inextinguible que mantiene vivas las querellas seculares de quienes atribuyen a la gesta –desde una posición indigenista- características de bárbara invasión y de los hispanistas que la defienden a todo trance calificándola de ‘evangelizadora’ y ‘pacificadora’. Aunque de extremo a extremo el espectro admite mediadores, los dos bandos son irreconciliables, si bien, como es natural, los defensores de la civilización precolombina sean menos propensos al avenimiento.
Para no citar directamente a los interesados, es bueno recoger opiniones ajenas, pero no por menos pasionales. El abogado e historiador chileno, recalcitrante hispanista, Jaime Miguel Eyzaguirre Gutiérrez, sostiene en su obra “Hispanoamérica del dolor” que: ‘Cuando el indio americano, rescatado de la oscuridad de sus ídolos, conoció al Dios del amor y se dirigió a Él con las voces tiernas, cofiadas del Padrenuestro, no lo hizo en francés, ni en italiano, sino en la lengua viril de Castilla. A España no se le puede disputar el derecho de unir su nombre al de una tierra a la que abrió las puertas del cielo, infundiendo en el alma triste de sus moradores la virtud, para ellos, desconocida, de la esperanza’. Por su parte el filósofo alemán de formación heraclitiana goethiana Oswald Spengler en sus trabajos relativos a “La decadencia de occidente” expresa que: ‘Las culturas precolombinas no fallecieron por decaimiento, no fueron ni estorbadas ni reprimidas en su desarrollo. Murieron asesinadas, en la plenitud de su evolución, destruidas como una flor que un transeúnte decapita con su vara…, y no por resultas de una guerra desesperada, sino por obra de un puñado de bandidos que en pocos años aniquilaron todo de tal suerte que los restos de la población muy pronto habían perdido los recuerdos del pasado”. Dos juicios contradictorios que permiten atisbar un cuadro de resentimiento que desfigura y del que es preciso substraerse si se quiere entregar un relato desapasionado o ecléctico. En análisis de este tipo es recurrente revisar diversas fuentes para separar la historia de la leyenda, dualidad que encontramos a cada paso y conseguir aquello significa tener en cuenta considerar la tesis del etnohistoriador cajamarquino Waldemar Espinoza Soriano en “La destrucción del imperio de los incas” –obra basada en documentos inéditos y un acabado conocimiento de los cronistas de la conquista, analiza la fundamental debilidad interna del Estado inca, donde los quechuas habían impuesto su dominio a sangre y fuego sobre cerca de doscientos reinos, que aparentemente resignados esperaban una oportunidad histórica para rebelarse. Cañares, chancas, chachas, caracaras y huancas, para no citar más grupos étnicos, aceptaban contra su voluntad el autoritarismo despótico de los cuzqueños. A la llegada de los españoles, se aliaron a ellos y colaboraron decisivamente en la destrucción del Imperio, que a la postre resultó en su propio sometimiento al conquistador español. La intervención de los huancas en este sentido es ilustrada y probada detalladamente- para develar el misterio que aún está enterrado en el valle de la antigua Caxamarca y así ser desentrañado del todo.
Francisco Pizarro Gonzáles, marqués de los Atavillos, es la piedra angular de discusión de la conquista hispánica y es que es un personaje contradictorio que de las cimas de la gloria desbarranca hasta los abismos de la crueldad; más que la legitimidad del expansionismo español, asentado en principios un poco vagos de evangelización y mesianismo, es la personalidad de Pizarro la que se glorifica o impugna oponiendo a él la figura altiva de un Atahualpa primero sorprendido y luego apresado pero como símbolo vivo del pundonor y la valentía de un pueblo conquistador y vencedor de Huascar, pueblo precolombino que Hermann Alexander Graf Keyserling, Conde de Keyserling, en su obra “Psicoanálisis de América” señalo como “… el continente del tercer día de la Creación”. En estos dos personajes enfrentados, Pizarro y Atahualpa, parece personalizar la conquista..
José Carlos Mariátegui
Pero el panorama es muchísimo más amplio y atractivo. Pocas historias son tan fascinantes como la aventura con características de epopeya que se inició en Panamá en 1524 con ciento doce hombres y cuatro caballos en un sólo navío y se reafirma a finales de septiembre de 1526 con los "Trece caballeros de la isla del Gallo" y terminó con la caída y destrucción del Imperio de los Incas. Plagado de avatares increíbles, de valor y crueldad, de clarividencia y fatalismo, de generosidad y codicia, el avance del fuego conquistador para el cobro de sangre nativa hace que Pizarro y sus aliados locales lleguen hasta el corazón del Imperio, Qosqo,
En resumen, lo sostenido por José Carlos Mariátegui La chira en el primero de sus “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana” hoy se vislumbra con mayor claridad, si, “La conquista española escindió la historia del Perú”.

No hay comentarios: