jueves, 24 de junio de 2010

EL DIA QUE SE PUDO SALVAR UNA VIDA...

SABER ESCUCHAR, UN INTANGIBLE VALIOSO
Por José Luis Bravo Russo

Cuando trabajaba en el diario Gestión, allá por el año 1994, tuve una de las experiencias más desagradables de mi vida.
Muy pocas veces lo he contado. Quizá porque tardé mucho tiempo en reponerme o porque prefería evitar la horrible sensación de sentirme culpable.
Fabián era un joven escritor y poeta de 29 años, había estudiado Literatura en San Marcos. Tenía publicados sus primeros trabajos: una novela ficción y dos libros sobre poesía contemporánea.
Para sostenerse y ayudar a su mamá, enseñaba también en un exclusivo colegio privado.
Yo lo conocí en el 91. Recuerdo nuestras largas tertulias de café y butifarras o una que otra cerveza negra en el Nauthylus de Miraflores. Nos pasábamos dos o tres horas hablando de política, religión, fútbol… y también, de nuestros problemas.
Un día de agosto del 94 Fabián me llamaba insistentemente desde las 9:30 de la noche a las oficinas de la redacción de Gestión. Quería conversar conmigo, “era urgente” me decía. Yo le propuse hacerlo por teléfono porque tenía planeado salir con unos amigos periodistas al “Mamainé” un centro criollo y cubano barranquino de los 90.
Aunque insistía en que conversemos personalmente, al final lo convencí para encontrarnos a las diez de la mañana siguiente. Nunca más lo volví a ver.
Fabián luego de colgar el fono se fue a buscar a un amigo que teníamos en común, no lo encontró. Partió con dirección a la calle Montevideo de Lima para tomar un bus que lo lleve a Cañete, fue en esa ciudad donde decidió terminar con su vida. Fabián se suicidó.
Ya se imaginan la cantidad de preguntas que me hice. Traté de buscar justificaciones, sentirme menos culpable. Pero lo cierto, es que no lo escuche. Aunque tuve tiempo, no lo hice, preferí a quienes menos me necesitaban. Tomé la decisión equivocada.
Bien decía Winston Churchill: “Se necesita coraje para pararse y hablar. Pero se requiere mucho más coraje para sentarse y escuchar”.
Y es que escuchar es una habilidad difícil de encontrar y desarrollar. No basta ser un buen comunicador, es más importante escuchar, darse tiempo.
Cuando escuchamos, el otro se siente apreciado, amado, respetado. Estoy seguro que todos están pensando en estos momentos “ese tema ya lo sabemos”, José Luis está comentando un punto que ya conocemos. Eso no lo dudo, estoy seguro que sabemos que escuchar es importante, pero me pregunto ¿cuántos de nosotros lo hacemos bien?
Es raro, por ejemplo, encontrar uno entre cien ejecutivos que, de verdad, sea un buen oyente. Que triste es cuando uno habla y interlocutor hace otras cosas, no le presta atención. Te responde como sino existieras, mirando lo que está haciendo y no concentrándose en el otro.
O cuando te apuran o te cambian la conversación como diciéndote: “lo que me cuentas no me interesa”.
No se trata de ser un buen consejero, se trata de escuchar, sonreír, interesarse por la conversación del otro.
Yo creo que escuchar es utilizar nuestras tres orejas: los dos oídos y nuestro corazón. No se trata de escuchar para responder; tampoco de ignorar o fingir que se está prestando atención. El que sabe escuchar, se toma tiempo y mejora la calidad de la conversación. Se pone en el lugar del otro, trata de sentir y pensar como el otro.
Se escucha también con una mirada, una sonrisa, un gesto. El que sabe escuchar utiliza bien lo que le dio la naturaleza, escucha el doble (por sus dos orejas) de lo que habla (una lengua).
Practiquemos el don de la escucha. No se trata de ganar batallas, pues no hay nada más placentero que el ser escuchados.

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