Nota del Editor: Después de la ruptura del 12 de octubre de 1959, durante la IV Convención Nacional del APRA, Voz Aprista -órgano de difusión de los rebeldes-, se preguntaba, en primera página: ¿Quienes son los que dividen?
En el Aprismo se ha producido una poderosa ruptura. Más dolorosa para nosotros que para cualquiera por lo que significa el desgarramiento de un poderoso movimiento que ha sido depositario de los anhelos de liberación económica, progreso nacional y justicia social de millones de peruanos. Y decimos que ha sido tanto más dolorosa para nosotros que para cualquiera, por cuanto los encartados en este proceso que se ha iniciado con nuestra expulsión, pertenecemos a una generación con la más lúcida conciencia respecto al futuro.
Sin compromisos con el pasado, sin esclerosis espiritual ni física, ni responsabilidad en derrotas y fracasos que hayan mellado nuestro espíritu creemos en las posibilidades de desarrollo, y afirmación del pensamiento revolucionario. Todo esto creemos con la acendrada convicción que nos da nuestro contacto con las masas, obreras, campesinas y los sectores juveniles más esclarecidos.
Comprendemos también que para los viejos sectores oligárquicos del Perú una quiebra, división o crisis de cualquier jaez en el aprismo es recibida con la mayor alegría, porque encima de los transitorios dirigentes ellos saben que el Partido representa la concreción política popular más definida y por masiva la más poderosa, entonces tanto mejor que se debilite, que se escinda, que se quiebre el movimiento.
No hubiéramos querido y tampoco hemos buscado que los problemas de una dirección discutida, que mediatiza y desarma al más alentador movimiento popular del continente, que el análisis de una línea que compromete y enerva la voluntad de transformación tengan que ser discutidos en forma pública, pero no queda otro remedio. Sería traición contra el movimiento si nos alejáramos calladamente a rumiar nuestro desengaño sin oponer a la mendacidad verdades, a la sin razón, a los planteamientos fallidos y equívocos, soluciones.
Nos hemos preguntado en estas horas de decisiones: ¿es preferible el silencio? ¿Conviene más al Partido que una vez más se liquiden las posibilidades de discutir los problemas? ¿Es más alentador para nuestros compañeros de las bases que callemos y esperemos un perdón, una prebenda, una gracia y aún aceptemos reintegraciones con todas las posibilidades que se abre a una conciencia honrada cuando negocia su actitud? En estas largas horas de enfrentamiento con nosotros mismos, hemos sopesado unas y otras ventajas, estas y otras desventajas y hemos decidido arrostrar el esclarecimiento público.
Pero quede constancia y nadie podrá negarlo que esta situación ha sido provocada por los hombres que creyéndose dueños del Partido, también creen que es posible aplastar, acallar o comprar de algún oscuro modo la conciencia de quienes han llegado a la adultez tras terca lucha contra las tiranías, contra la inmoralidad, contra la chochez, contra la satrapía y el cohecho, contra el vejamen y la explotación.
La primera juventud de muchos de nosotros ha discurrido entre prisiones y destierros. Anulamos por un terco afán de justicia humanas y legítimas posibilidades en aras de un movimiento esperanzado y colectivo. Pero cuando ésta nuestra trayectoria y la consiguiente responsabilidad ante las bases hacían suponer que a lo menos que teníamos derecho para discutir nuestro destino aprista y con él el de millones de peruanos, se nos replica con la befa a las más elementales normas de fraternidad, de libre discusión, de crítica… Nuestra crítica es dura, ¿de qué otro modo podía ser?. Es franca. La querían acaso blanda y femenina. Esperaban acaso que arrojásemos flores, ditirambos, en suma que nos mintiéramos a nosotros mismos. Que nos ocultásemos el creciente desapego y aún el rechazo de la juventud universitaria, el creciente divorcio con la clase obrera, la cada vez más evidente decepción de los campesinos. ¡No! Esto no podía ser. Teníamos, en fin, que decir nuestra palabra.
Así, pues. El esclarecimiento público de nuestros problemas no ha sido provocado por nosotros. Lo ha sido por un equipo dirigente que ha creído que la disciplina debe ser Celestina de todos sus fracasos, el amparo de todas sus debilidades. Somos disciplinados, pero en una empresa colectiva construida también con nuestro dolor, con nuestro sacrificio, con las congojas de los nuestros, la disciplina tiene un límite: el cumplimiento de las normas por las cuales los militantes están en aptitud de expresar su pensamiento ante la dirección.
El desgarramiento de vestiduras que ahora hacen tratando de confundir a los compañeros del Partido, dando a entender prohijamientos que ellos bien saben no existen, es una muestra más de una lamentable confusión de conceptos. Es un ejemplo del adocenamiento a que lleva una línea incolora y sin sexos. En fin es la negación de todas aquellas virtudes que hicieron grande, poderoso, sólido a nuestro movimiento.
Y al rescate de todas esas virtudes vamos. Esa es nuestra empresa y con nosotros ahora o más tarde estará, no lo dudamos, el pueblo aprista que está solo y espera.
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