jueves, 14 de febrero de 2013

PATIO DE LETRAS

 

Por: Jorge Rendón Vásquez
Hace unos días cayó en mis manos un volumen encuadernado con tapas verdes y letras doradas, semejante a una tesis de bachiller algo gorda, salida de algún taller del jirón Azángaro, un minúsculo episodio —se diría— que el azar nos pone a veces delante. Era un recordatorio del quincuagésimo aniversario de una promoción de la Facultad de Derecho de la Universidad de San Marcos. Lo abrí con cierta curiosidad y empecé a pasar sus páginas ilustradas con fotografías algo difusas. Cada miembro de esa promoción (o sus deudos) había contribuido con su biografía de una o dos páginas. No me llamó la atención que se parecieran: a todos la vida y la profesión les habían sonreído: habían llegado a ser magistrados, ministros, funcionarios, notarios, profesores universitarios y abogados litigantes de cierto renombre. De cada página la tranquilidad económica parecía desbordarse a la siguiente, como una complacida catarata. No pude dejar de pensar que la valía del volumen que pergeñaba era un bien reservado a sus actores, como las fotografías, los diplomas, las cartas y los recuerdos.
Yo conocía a varios miembros de esa promoción y me había tratado con algunos con prologales saludos que iban desde la efusividad (jurídica, casi siempre) hasta la levedad de una gentileza impostada. Nada especial, se diría, y seguí pasando las páginas.
De pronto, apareció la biografía de un poeta: Arturo Corcuera. ¡Increible! ¿Qué hacía allí? El mismo confesó, líneas abajo, que había seguido tres años de Derecho y, negándose a continuarlos (se supone iluminado por algún relámpago que pudo haberle llegado desde el Parnaso), prosiguió sus estudios de Letras, escoltando a dos profesores que le mostraron buena voluntad. Obtuvo la licenciatura, continuó como profesor de Letras en San Marcos y se doctoró. Aunque no lo decía en su corta biografía, tuvo la buena ocurrencia de hacerse poeta, por su cuenta y a pulso firme, escuchando —me imagino— una voz que lo rescató de la barca de Caronte cuando estaba por llegar a la ribera del reino del Hades jurídico, otra historia que no figuraba en el volumen recordatorio.
Arturo Corcuera concluyó su protocolar visita a su antigua promoción de Derecho obsequiándoles un soneto desde el sosiego del Patio de Letras, que observa al de Derecho de reojo, sin juntarse jamás con él, como muchos literatos que, convencidos de ser los titulares de la riqueza cultural, apenas conceden una disimulada mirada a los abogados, familiarizados con la riqueza material. Para mí fue como, si avanzando por alguna de las prosaicas y pululantes calles que conducen al Palacio de Justicia, me hubiera topado de súbito con un pequeño jardín de solo catorce surcos colmados de una sinfonía de flores.
El Patio de Letras de la Universidad de San Marcos ha sido secularmente un remanso de espiritualidad, inspiración poética, ganas de estudiar y meditación para la acción política y reivindicativa. Lo frecuenté como estudiante en 1952 y 1953, cuando allí comenzó a incubarse la generación literaria del cincuenta, una generación que entonces veía desconfiada y desde lejos a sus condiscípulos que asumimos la resistencia contra la dictadura, como un deber ético natural. Los patios de Letras, Derecho, Ciencias y de la Biblioteca de la Casona de San Marcos y las aulas que las circundaban nos acogían por igual a todos, hasta que la policía política nos trasladaba en secreto a los contestatarios más notorios o buscados a los calabozos de alguna prisión por una larga temporada.
La visión lírica e intemporal de Arturo Corcuera nos coloca por un momento ante la contemplación de la susurrante pila del Patio de Letras desde una de sus bancas.
(14/2/2013)
A LA PILA DEL PATIO DE LETRAS
Lluvia al revés, miniatura de lago,
hermana del remanso y de la fuente,
me tienes junto a ti, líquido halago,
escuchando tu canto transparente.
Garúa en ronda, chorro doctorado
dando clases de gotita en gotita,
aire húmedo, río ensortijado
repartiendo de pie agua erudita.
Pozo erguido, multitud de rocío,
con sanmarquino empaque y gracia suma
cayendo en reformista regadío.
¡Oh espejo de la luz y de la bruma,
recibe de velero el verso mío,
mar pulgarcito huérfano de espuma!
Arturo Corcuera

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