sábado, 14 de abril de 2012

EL ESCLAVO FELIZ

Por: Dr. Martín Nizama-Valladolid


Etimológicamente, el adjetivo adicto proviene del latín addictus, esclavo. Esclavo de las drogas para efectos del presente artículo. En el mismo sentido, el Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, en su ensayo Cartas a un Joven Novelista, cita al escritor norteamericano William Burroughs, quien en su libro Junkie, factual y autobiográfico, “relata cómo se volvió drogadicto y cómo la adicción a las drogas hizo de él un  esclavo feliz, un sirviente deliberado de su adicción”. Por definición, pues, la adicción es la apetencia irrefrenable e insaciable de algo placentero. Es la pérdida inconsciente de la voluntad, del libre albedrío. Es la sujeción al ritual de búsqueda compulsiva de placer, sin que el adicto sea capaz de percibir su desenfreno autodestructivo; puesto que él debido a su inconsciencia de enfermedad siente exactamente lo contrario; que tiene todo bajo control y que su dominio de la compulsión hedonista es absoluta, aún en las peores condiciones de deterioro y degradación de su condición humana. Con escasa frecuencia un usuario compulsivo reconoce ser adicto. Por su inconsciencia de enfermedad, el adicto siempre se siente la persona más sana de todas y suele autoendiosarse.
Las adicciones constituyen un grave problema global de salud pública. Así, el 2009 un estudio realizado por el Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos, en personas mayores de 12 años de edad, encontró que entre los adictos a drogas ilegales y alcohol que necesitaron tratamiento médico especializado el año anterior, pero que no lo recibieron, el 94.9% de los adictos no sentían necesidad de tratamiento ni efectuaron ningún esfuerzo de encontrar ayuda terapéutica, el 3.3% sentía necesidad de tratamiento pero no efectuaron ningún esfuerzo para encontrar ayuda médica y apenas el 1.8% de esos adictos a sustancias ilícitas y al alcohol recibieron tratamiento por decisión propia. Según este estudio norteamericano, 20.9 millones de adictos no recibieron tratamiento por adicción a drogas ilícitas y alcohol (1).
En el Perú no existen estudios epidemiológicos sobre inconsciencia de enfermedad; sin embargo, la naturaleza clínica de esta patología hedonista es similar, puesto que el adicto es un enfermo sin conciencia de enfermedad, que transitoriamente ha perdido el ejercicio de su voluntad y desarrolla su compulsión adictiva sin autoconciencia, autonomía ni  libre albedrío. Progresivamente, se convierte a sí mismo en un “esclavo feliz”, “vive en su “cárcel sin rejas”. Una sujeción deshumanizante y degradante, la cual es incapaz de percibir por sí mismo, incluso hasta llegar al “suicidio dulce” o suicidio inconsciente: muerte por sobredosis, accidente, autoeliminación, accidente cerebrovascular, infarto cardíaco o enfermedad terminal como cirrosis hepática, enfisema pulmonar crónico, SIDA o TBC. Cuando no, acaba como microcomercializador de drogas, en el autoabandono, integrando bandas, pandillas o barras bravas. Finalmente, puede recalar en dantescos refugios de adictos terminales: casas abandonadas y en los “cementerio de los vivos” a orillas de los ríos citadinos o debajo de los puentes, comiendo basura, sin dignidad, deshumanizado y bestializado.
Este enfermo crónico, progresivamente se torna irritable, irascible, impulsivo, intolerante, insatisfecho, soberbio, inestable, hostil, vengativo, irracional, impredecible, conflictivo, agresivo y violento. Pierde su identidad, su sentido de existencia y presenta estulticia (necedad extrema). Entonces, su comportamiento es disocial: miente, manipula, maquina, calcula, simula, lleva doble vida, se victimiza, es histriónico, cínico, trasgrede las normas, no siente culpa cuando perpetra sus fechorías, mostrándose insensible. Puede llegar hasta la conducta delictiva y a la criminalidad, motivado por la codicia, el rencor y la vendetta.
Al inicio de su adicción, se las ingenia para llevar doble vida. Una vida aparentemente normal con su familia, en los estudios o en el trabajo y la otra oculta por su adicción, hasta que después de dos, tres o más años es detectado por los suyos. Entonces, lo niega cínicamente, victimizándose. Una vez en estadios avanzados de su adicción, vive de noche y duerme de día, apartándose progresivamente de su entorno familiar (2, 3).
El adicto, por carecer de conciencia de enfermedad y presentar autoendiosamiento, insensibilidad y estulticia, inicialmente evade el tratamiento o lo rechaza. Afirma que no está enfermo y que no lo necesita; que él puede dejar la adicción cuando lo desee. Luego, al verse presionado por la familia, en su centro laboral o por la justicia, suele aceptar transitoriamente el tratamiento con el propósito de liberarse de la presión. No obstante, desacredita el tratamiento, lo sabotea o deserta de cualquier programa terapéutico con excusas pueriles; v.gr. que no le gusta el médico o que las pastillas le hacen daño.
El vasto cuadro clínico de las adicciones es fiel expresión de una progresiva disfunción de los circuitos cerebrales causada por la adicción, que altera severamente la interconexión neuronal entre el cerebro instintivo y de los impulsos (reptil), el cerebro emocional y de los sentimientos (mamífero) y el cerebro racional, ético y de control inhibitorio (humano) representado por  la corteza cerebral prefrontal. Al respecto, existe una progresiva e imperceptible transición del consumo voluntario al consumo involuntario. Mediante el control cortical prefrontal se ejerce el consumo voluntario de drogas, mientras que al avanzar la lesión de la corteza cerebral a causa del consumo, el comando lo asume la región subcortical respectiva y el consumo se torna compulsivo (incontrolable) (4). La lesión funcional y anatómica de la corteza del lóbulo prefrontal trastorna sus facultades ejecutivas, deteriorándose la capacidad de decisión; a la par se produce degradación ético moral y pérdida del control de impulsos primitivos (5).
En cuanto al componente ecológico y social de esta patología hedonista, el enfermo desenvuelve  su vida adictiva en los Nidos Ecológicos Adictógenos (NEAs), sea bar casero, cantina, fumadero, “hueco”, casino, tragamonedas, cabina de Internet, laptop, parque, esquina o callejón. En esos antros, el adicto vive como pez en el agua. A menudo, posee sembríos ocultos de marihuana en el jardín, azotea o dormitorio de su domicilio. Igualmente, se adhiere al círculo vicioso de amigotes adictos a quienes defiende de manera ardorosa cuando su familia le cuestiona dichas compañías. Aquellos amigotes lo buscan de modo imperativo los fines de semana y los días acostumbrados a la juerga compulsiva. Su leitmotiv es “pasarla bien”, siempre.
La familia es la víctima final de esta tragedia griega. En un inicio ella desconoce que existe un adicto en su núcleo, debido a la doble vida que lleva el enfermo. La familia, al detectarlo, se niega a sí misma el hecho y lo oculta a los demás, iniciándose de esta manera lo que se denomina codependencia, que es el mantenimiento de la adicción por parte de los familiares. En las etapas avanzadas, graves y terminales, la familia sufre todas las consecuencias de la adicción desembozada: violencia, robos, pérdida de cuantiosas sumas de dinero, divorcio, asesinatos y suicidios. Sólo después de la catástrofe, la familia decide buscar ayuda. En el Perú, los adictos acuden a la atención médica especializada por primera vez después de 11.22 años de iniciado el consumo y los familiares demoran en promedio 4.69 años en buscar ayuda profesional desde que detectan la adicción (6). La adicción permanece oculta por más de seis años.
Sin embargo, la situación se torna más grave aún, la familia, célula básica de la sociedad, se debe enfrentar por un lado a la enfermedad de uno o más de sus miembros y por el otro al Estado indolente y a sus políticas de salud pública. La falta de reglamentación de la Ley N° 29737 a nueve meses de haber sido promulgada (7), pone en evidencia la desidia del Estado ante este drama que sufren miles de familias peruanas, encontrándose desamparada para proteger su salud, su integridad como unidad social básica y la vida de sus miembros; puesto que basta que el adicto sin conciencia de enfermedad y sin voluntad se niegue a firmar el Consentimiento Informado para que no haya tratamiento. Entonces, el adicto asume el poder, hace de su hogar el “infierno familiar” y convierte a los suyos en sus “esclavos infelices”. Así, el Estado desprotege a la familia, exponiéndola a la violencia, criminalidad y disrupción.
Esta ley pro-familia faculta el internamiento involuntario del adicto en estado clínico grave, condición que lo convierte en un riesgo para sí mismo, su familia y la sociedad. Esta norma legal humanista establece que el médico especialista en adicciones, tras evaluar y hacer el diagnóstico respectivo, puede indicar el internamiento del enfermo sin conciencia de enfermedad, luego de lo cual la familia recién firma la autorización de hospitalización. Tras varios meses de recuperación el adicto adquiere conciencia de enfermedad; entonces él mismo firma voluntariamente el Consentimiento Informado y agradece a su familia por haber tomado la decisión de internarlo. Por tanto, no es la familia la que arbitrariamente decide el internamiento del adicto como pretenden mostrarla sus detractores; ésta es una decisión estrictamente médica cuando el galeno lo considera necesario. El propósito de la Ley N° 29737 es proteger la salud y la vida del adicto; así como la salud e integridad de su entorno familiar.
Así mismo, en la actualidad se expande urbi et orbi una posición fundamentalista perversa que propugna la despenalización de más drogas, comenzando por la marihuana a la cual se le publicita mediante el embuste de que es benigna, que es una planta natural, ecológica con efectos medicinales; que la prohibición de las drogas fomenta el narcotráfico y que al legalizarlas el narcotráfico va a desaparecer. ¿De dónde ha salido esta propuesta cínica y autodestructiva? Probablemente, del mercado salvaje, de los intereses del narcopoder oculto y de la ignorancia de los responsables de algunos medios de comunicación y de ciertos líderes de opinión desinformados respecto al riesgo adictivo de la marihuana y sus secuelas.
También existe el sesgo de centrarse únicamente en las adicciones químicas, escotomizando a las otras adicciones que crecen de manera acelerada, tales como la tecnoadicción (Internet, equipos electrónicos), adicciones sociales (workaholic, pareja, sexo) y la ludopatía (juego de apuestas). Respecto a las adicciones químicas, las sustancias de mayor consumo en la sociedad posmoderna son precisamente las drogas legales: tabaco, alcohol y psicofármacos. No obstante, el mercado de las adicciones es uno e indivisible. El proveedor, sea dealer, delivery o microcomercializador fijo y ambulatorio, vende todo tipo de drogas lícitas e ilícitas. Igualmente las personas pueden hacerse adictas a ambos tipos de sustancias; pues, el circuito cerebral de la recompensa no discrimina entre sustancias legales e ilegales; por lo que actualmente prevalece la poliadicción. Es decir un adicto puede ser a la vez ludópata, tecnoadicto y adicto a sustancias psicoactivas. La monoadicción está en franco proceso de extinción. A pesar de ello, algunas organizaciones de salud propician erróneamente el abordaje de las adicciones por separado. Un ejemplo claro es la creación de un día anual para la celebración del “Día del No Fumador”, el 31 de mayo y el “Día Internacional de Lucha Contra las Drogas”, el 26 de Junio, con acciones totalmente independientes la una de la otra. Igualmente, se yerra al fraccionar sin fundamento científico el tratamiento del tabaquismo, del alcoholismo y las drogodependencias. Esta fragmentación artificial rompe la unicidad de la patología adictiva, generando confusión y desesperanza, al afirmarse irresponsablemente que la adicción no tiene curación, lo cual es inexacto porque es una enfermedad curable por la ciencia médica.
Además, en los últimos años se ha encontrado una fuerte asociación genética y neurobiológica entre las adicciones y una vasta comorbilidad psiquiátrica: adicción asociada a otros trastornos mentales, tales como ansiedad, inmadurez extrema, personalidad borderline, psicopatía primaria, trastorno alimentario compulsivo, trastorno bipolar o esquizofrenia, entre las más estudiadas (8).
Es, pues, anético propugnar la despenalización de más drogas. La sociedad debe rechazar con indignación esta insensatez mercantilista e inhumana. ¿Qué pasa con algunos políticos e intelectuales? ¿Acaso no tienen familia? ¿Han abdicado de su responsabilidad en bien de la sociedad? ¿Qué hay debajo de esta perversa y bien orquestada campaña internacional?

Lima, abril de 2012

REFERENCIAS
1.     Substances Abuse and Mental Health Services Administration (2010). Results from the 2009 National Survey on Drug Use and Health: Volume I. Summary of National Findings.
2.     Nizama-Valladolid, M. Guía para el Manejo Familiar de las Adicciones. Edición General Fondo Editorial Universidad Alas Peruanas. Lima 2003.
3.     Nizama, M. Tratamiento Familiar Holístico de las Adicciones. Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima, 2009.
4.     Everitt BJ, et al. Review. Neural mechanisms underlying the vulnerability to develop compulsive drug-seeking habits and addiction. Philos Trans R Soc Lond B Biol. Sci. 2008; 363:3125–3135.
5.     Crews, F.T, Boettiger, Ch. Ann. Impulsivity, Frontal Lobes and Risk for Addiction. Pharmacology, Biochemestry and Behavior. 2009 September; 93 (3): 237-247.
6.     Valle R, Perales A. Demora en la búsqueda de atención médica en pacientes adictos a sustancias psicoactivas. Revista Adicciones, 2010. Vol. 22, Núm. 1, pp. 73-80.
7.     Ley N° 29737. Ley que modifica el artículo 11 de la Ley 26842, Ley General de Salud, Referido a la Salud Mental; y Regula los Procedimientos de Internamiento de las Personas con Trastornos Mentales. Diario Oficial El Peruano, 6 de Julio del 2011, Lima.
8.     Nizama-Valladolid, M. Innovación Conceptual en Adicciones. Hontanar. Revista del Departamento de Estadística, Demografía, Humanidades y Ciencias Sociales. Facultad de Ciencias y Filosofía Alberto Cazorla Talleri. Universidad Peruana Cayetano Heredia. Lima Volumen XIII N° 1, pp. 66-80. Enero-Diciembre 2011.




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