JUAN MARRERO.
Un nuevo paso en el despertar de América Latina ha tenido lugar en el Perú, al decidirse el pueblo por el candidato presidencial de Gana Perú, Ollanta Humala, quien fuese atacado y calumniado despiadadamente durante muchos meses antes de las elecciones con las más sucias armas de la propaganda por las fuerzas imperialistas, la oligarquía y la mafia peruanas, sin excluir el poder financiero y político desplegado para impedir su victoria en las urnas.
Cuando faltaba un mes para las elecciones, en este mismo espacio de Cubadebate, en un artículo de opinión titulado “Perú: elecciones presidenciales en una hora crucial”, escribimos a modo de conclusión:
“Optar por el cambio es lo sensato, pues al menos abre una ventana a la esperanza; lo otro es volver al pasado y quedarse inserto en el esquema del fujimorismo y el neoliberalismo, donde los ricos seguirán engordando sus fortunas, habidas y mal habidas, y los pobres serán más pobres y miserables”.
La victoria de Humala es una bocanada de aire limpio para el pueblo peruano que en las últimas cuatro décadas solo ha conocido gobiernos dóciles a Washington, entreguistas de las riquezas del país a intereses foráneos y donde la corrupción ha imperado.
Humala significa esperanza porque desde que el comandante indígena entró en el escenario político del Perú ha mostrado sensibilidad y profundos sentimientos a favor de las necesidades, aspiraciones e inquietudes de la población más golpeada de ese país andino: los humildes, los indios, los campesinos, los obreros y las amas de casa. Confianza hay que tener en que a partir del próximo 28 de julio, cuando se instalará el nuevo gobierno en el Palacio de Pizarro, que el imperio de las injusticias y los oprobios existentes en el Perú desde tiempos bien remotos, podrían conocer el principio de su fin.
No es que pensemos que la victoria de Humala abra las puertas de golpe a un proceso revolucionario profundo y radical en el Perú. Hay que ser bien objetivos y marchar acorde con la realidad. En las circunstancias de hoy, y teniendo en cuenta las necesarias adecuaciones hechas al programa electoral de Gana Perú, a las alianzas y compromisos políticos concertados, en Perú habrá cambios en muchos órdenes y terrenos, pero no traumáticos. Lo ha expresado el propio Humala en sus pronunciamientos durante la campaña electoral de la segunda vuelta.
La victoria ha significado ya un cambio. Se le ha dado un golpe a la corrupción. Porque si Keiko Fujimori hubiese alcanzado la mayoría, lo que le esperaba a Perú era el retorno a los años de saqueo y robo a mano abierta.
Humala ha prometido distribuir mejor las inmensas riquezas del país, que están en los yacimientos minerales de plata, cobre, zinc, estaño y oro. Y también ha prometido evitar la depredación y entrega de esos recursos. Algo, sin duda, debe acometer en tal sentido para acabar con la pobreza y la miseria, el analfabetismo y la insalubridad, de la mayoría de la población peruana.
Perú tendrá un gobierno que se identifica con los intereses de las masas humildes, entre ellos los indígenas. Se convertirá así en el tercer país donde estuvo asentado el antiguo Imperio Inca con gobiernos populares e interesados en actuar en beneficio de los más pobres. Evo Morales, en Bolivia, y Rafael Correa, en Ecuador, son los otros dos.
Los retos que tienen son muchos porque los que han saqueado y explotado sus riquezas no quieren perder sus privilegios ni su dominio hegemónico.
Pero los pueblos de América Latina siguen despertando… Lo están expresando en las urnas y si llegara el momento lo harán también desde las plazas de sus grandes ciudades, tal como hoy lo hacen en España, en Francia o en Grecia los que repudian lo que les han ofrecido como solución el neoliberalismo y la democracia burguesa.
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