Por Pablo Ordaz
El video, de apenas minuto y medio, no necesita demasiada explicación. Está grabado con un teléfono móvil desde el suelo de una guardería de La Estanzuela, un barrio al sur de Monterrey, capital del norteño Estado de Nuevo León.
La profesora, Martha Rivera Alanís, ha pedido a los niños que se tiren al suelo del aula porque en la calle se acaba de desatar una balacera tremenda entre dos grupos de sicarios. Los pequeños, obedientes, han echado cuerpo a tierra, un gesto que ya se ensaya con la mayor naturalidad en muchos colegios mexicanos.
Frente al tableteo de las armas de alto poder, la profesora Martha ofrece serenas palabras de cariño: “No pasa nada, corazón, nada más pongan sus caritas en el piso, preciosos, aquí no va a pasar nada, nada más no levanten la cabeza…”.
Los niños obedecen. No se escucha ni un llanto. Pero el estruendo de los fusiles de asalto es cada vez más fuerte. La profesora propone entonces un juego: “¿Vamos a cantar una canción?”. Los chiquillos dicen que sí, y Martha Rivera Alanís -grábense su nombre, tiene muchísimos más arrestos que el más fiero de los sicarios- empieza a cantar con toda la serenidad del mundo: “Si las gotas de lluvia fueran de chocolate me encantaría estar ahí… ¿Quién quiere chocolate?”.
Los fusiles AK-47 pasan a segundo plano ante el “¡yo!” a coro que responden los críos…
El vídeo fue grabado por la profesora la semana pasada, y difundido por un amigo suyo a través de YouTube. Ayer mismo, el gobernador de Nuevo León, Rodrigo Medina, entregó a la maestra un diploma por su “destacado valor cívico al aplicar los protocolos de seguridad en una situación de riesgo”.
Martha Rivera Alanís se lo agradeció, aseguró que todos sus compañeros actúan así cuando se producen ese tipo de sucesos y, para finalizar, atribuyó el mérito a sus alumnos: “Me siento muy orgullosa de mis niños, porque ellos fueron los que me dieron el valor, me dieron el coraje para actuar de esa manera”.
Solo añadir que más o menos a la hora que la maestra y sus compañeros de la escuela Alfonso Reyes estaban en el Palacio de Gobierno de Nuevo León, los sicarios volvieron a La Estanzuela, se apostaron frente a una parada de taxis y descargaron sus armas de grueso calibre. Cinco hombres jóvenes murieron. Pero esto ya hace tiempo que dejó de ser noticia. Es simplemente el día a día de un país llamado México donde a los héroes anónimos no les queda otra opción que quitarse el miedo cantando por encima de las balas: “Si las gotas de lluvia fueran de chocolate…”.
(Tomado de El País)
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